
Por Helena Mulero
Business Development Manager de Mood Seguridad
El pasado 19 de octubre, el Louvre, símbolo universal del arte y la cultura, amanecía con las vitrinas vacías. Ocho joyas pertenecientes al Tesoro de la Corona francesa habían sido robadas en una operación tan rápida como calculada. En apenas siete minutos y con ayuda de una escalera, los ladrones accedieron por la fachada del Sena, burlaron a los agentes de seguridad y se esfumaron entre turistas y confusión. La escena parecía sacada de una película de atracos, pero fue tristemente real.
Este golpe ha sido calificado como uno de los robos más sofisticados de la década, y recuerda a otros episodios recientes que también pusieron en jaque a grandes instituciones culturales, como el robo de joyas en el museo estatal de Dresde en 2019 o el robo de un Van Gogh en el museo de Singer en 2020, el del diamante rosa en Dubai. La pregunta es inevitable: ¿qué falló en el caso del Louvre?


Las causas: cuando los sistemas no evolucionan al ritmo del riesgo
Las notas de campo recabadas en diversos museos europeos muestran un patrón común: infraestructuras envejecidas, instalaciones protegidas con normativa desactualizada y tecnología obsoleta o mal instalada. En el caso del Louvre, los ladrones supieron aprovechar exactamente estas fisuras. Entre los errores detectados tras el incidente:
- Cámaras con puntos ciegos y mala calidad de imagen. Las grabaciones obtenidas no aportaron información útil para la identificación inmediata de los autores.
- Sensores mal ubicados o anulados. Algunas zonas de la galería de Apolo, por razones expositivas, habían reducido su protección física y electrónica.
- Descoordinación operativa y ausencia de protocolos actualizados. No se realizaron simulacros, las medidas no se revisaban periódicamente y el control de accesos para personal externo era inexistente.
Lo más grave es que todo esto es habitual. Los museos no son salas vacías, son espacios vivos en constante cambio. Si la seguridad no se adapta a ese dinamismo, queda obsoleta por definición.
¿Qué podemos aprender desde la prevención del delito?
Desde el enfoque CPTED (Crime Prevention Through Environmental Design), el análisis del entorno cobra un papel esencial. Un diseño arquitectónico sin puntos escalables, con iluminación estratégica, cámaras bien posicionadas y sensores adaptados al uso real del espacio puede disuadir o al menos retardar la acción criminal. En este caso, una simple escalera permitió el acceso por una fachada sin cámaras activas.
Además, la falta de una cultura de la seguridad entre personal y visitantes (sin procesos de verificación ni protocolos claros) facilitó que los asaltantes pasaran por técnicos o trabajadores del museo sin levantar sospechas.
¿Cómo evitamos que se repita?
Desde Mood Seguridad trabajamos con criterios normativos, pero sobre todo con una visión holística. Los entornos deben entenderse como ecosistemas complejos, donde lo físico, lo humano y lo tecnológico deben integrarse para reforzar la seguridad.
Nuestros consejos clave:
- Revisar y actualizar regularmente los sistemas de videovigilancia, grabación y análisis.
- Formar y coordinar al personal: desde empleados de sala hasta técnicos externos.
- Aplicar principios de diseño ambiental y neuroseguridad para dificultar accesos y manipulación.
- Establecer protocolos diarios de revisión, listas de verificación y simulacros.
- Impulsar planes de seguridad personalizados y adaptativos, no genéricos.
El Louvre ha sido un caso mediático, pero no es único. En ocasiones recibimos consultas de instituciones que se enfrentan a vulnerabilidades similares, aunque en un contexto menos expuesto. Lo importante no es sólo el valor de lo robado, sino lo que puede desencadenar su pérdida: la desconfianza, la interrupción del servicio y el daño reputacional.
Desde Mood, creemos que la mejor seguridad es la que no se nota, pero está siempre un paso por delante del riesgo. Porque proteger no es solo reaccionar: es anticiparse.